“DE VENCEDORES, VENCIDOS Y… ¿CONVENCIDOS?”(Desde el “inicio de los tiempos”)
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La lectura del artículo que, bajo el título “Venceréis, pero no convenceréis” y la rúbrica de mi Amigo y Compañero Rafael Sánchez García, se inserta en la página 24 de la revista ORTO n.º 215 (oct.-dic. 2024) haciendo alusión a uno de los muchos “conflictos” que se arrastran entre las diversas “facciones” que se reclaman continuadoras (o, más bien, “herederas”) de la primigenia CNT de España, me ha decidido, atendiendo en parte a la petición que Rafa realiza en su escrito, a insertar mi “visión del asunto”.
Tras 46 años ininterrumpidos de militancia (1 de agosto 1978 – 1 de agosto 2024) en la CNT de Candás – Asturias, que aún se mantiene en una de las “facciones” que se reclaman del Anarcosindicalismo, creo tener el suficiente “conocimiento de causa” como para poder opinar al respecto. No va a ser sencillo ni corto puesto que se torna, creo, oportuno mencionar y analizar diversos acontecimientos. Tendré que intentar condensar lo máximo que pueda y, por tanto, pasar “casi de soslayo” por “encima” de ellos y limitándome a mencionarlos. Considero, no obstante, que, quienes así lo desearan, tendrían suficientes fuentes donde “investigar”, pues sobre todos ellos se ha vertido tinta “de sobra”.
Tras su creación en 1910, la CNT de España se desarrolló como la “mayor” Organización Anarcosindicalista de la historia (o, al menos, la que más “logros revolucionarios” ha cosechado a lo largo de la misma), que tan sólo pudo ser vencida, a sangre y fuego, tras el levantamiento fascista de Franco en España, por la fuerza de las armas y con la colaboración de algunos “supuestos aliados antifascistas” de la IIª República española.
Antes del “golpe de estado”, mal llamado “guerra civil española”, la CNT celebró 4 Congresos regulares. En ellos se fueron perfilando los pasos a seguir para la consecución de una sociedad más igualitaria (en lo económico y lo social), más libre y más justa.
El carácter supuestamente “Libertario” de la organización impedía, en cierto modo, que esta pudiera prefigurar un modelo “definitivo” de sociedad por cuanto ello pudiese suponer de “convertir el medio en fin en sí mismo”. Y así, desde el principio, se hicieron notar al menos dos grandes “sensibilidades” dentro de la Organización: una que podríamos denominar “posibilísta”, que abogaba por, aprovechando determinados resquicios que dejaba el “sistema”, ir consiguiendo “victorias parciales” que mejorasen la situación de los “sin nada”, y otra, que denominaré “maximalísta”, según la cual “nunca se pueden perder la perspectiva Revolucionaria ni los “objetivos emancipadores” so pena de ir “dejándose jirones de piel por el camino”. Y, con ello, las disputas y los “conflictos internos” no dejaron nunca de estar presentes en el seno de la Confederación. El devenir de los acontecimientos determinó que, en 1936, se llegara a restablecer un “clima de reconciliación entre partes” que dio lugar a que al IVº Congreso Confederal, iniciado en Zaragoza el 1 de mayo de 1936, acudiesen la mayor parte de las “entidades en conflicto aparentemente “reconciliadas”. Fue este Congreso el que se atrevió a, bajo el pomposo título de “Concepto Confederal de Comunismo Libertario”, dar forma a una “hipotética sociedad futura” que podría quedar “embridada” por unas formas preestablecidas que, en parte, impedirían, tal vez, la posible “evolución social” que, supuestamente, “aparentaban” promover. Aquél “Concepto Confederal” sigue siendo considerando, casi, como una especie de “dogma” 89 años después a pesar de que algunas de las “cuestiones sociales” en él planteadas hayan sido, en cierto modo, asimiladas por el sistema, por los estados y por el capitalismo (de estado o de libre mercado). Lamentablemente hoy, cuando las crisis galopantes de un sistema incapaz de contenerse a sí mismo lo demanda por los intereses de los “sátrapas de toda la vida” vemos como lo que, en otros tiempos, fue considerado como “logros sociales”, se va “recortando” en aras de extraños y ajenos intereses (individuales, colectivos, nacionales, comerciales…). El caso es que la capacidad de respuesta ante la “regresión” es cada vez menor por cuanto se han ido abandonando las “herramientas” de Clase y sus tácticas de lucha. Hoy, “a la defensiva y en retirada”, parecemos limitarnos a defender lo que entendíamos como “logros históricos” que no han pasado de ser simples “migajas” que se nos otorgaban a cambio de que abandonásemos nuestras dinámicas de confrontación con un sistema que, en teoría, estábamos en disposición de combatir y destruir. Aparentemente, hemos abandonado en “manos ajenas” nuestros objetivos “finalistas” y, por tanto, nuestra actual lucha podría estar contribuyendo más a perpetuar el propio sistema que a destruirlo.
Tras aquél IVº Congreso, la dinámica se ha ido repitiendo. Disyuntivas como “ganar la guerra” (contra el fascismo) o “desarrollar la Revolución”, participaciones (a distintos niveles) en variopintas instituciones políticas, luchas intestinas “de poder” por el control de la Organización…, determinado todo ello “por las circunstancias”, dio comienzo a una “deriva” de la que no parecemos saber salir y que hay quienes contemplamos, en este momento, como “irreversible”. La “debacle” en 1939 trajo consigo la persecución y el presidio, el paredón, la fosa común, la cuneta, el monte y, para quienes lograron “huir de la quema”, el exilio a lo largo y ancho de más de medio mundo. Que si “Movimiento Libertario” o “Frente Libertario”, que si “Fascismo o República”, que si “con España o contra España”, que si…, al fin y a la postre las mismas “rencillas” de siempre que acaban dando lugar a nuevas divisiones (que, por otro lado, poco tienen de novedosas).
El debilitamiento del Franquismo en España propicia que, a principios de los 70’S nuevas (y no tan nuevas) hornadas de Militantes se muestren en disposición de afrontar la reconstrucción y el relanzamiento de una CNT debilitada hasta la casi extenuación en su lucha constante contra la dictadura. Con la muerte del “Ferrolano de las patas cortas”, el 20 de noviembre de 1975, el cambio social y político se antojaba irreversible. Sin embargo, el “Régimen”, que se vanagloriaba de haberlo “dejado todo atado y bien atado”, invirtió su tiempo en pergeñar (con la connivencia y colaboración de algunos de sus antiguos “opositores políticos”) una Transacción (la mal llamada “Transición”) que aparentase algunos cambios para que, en lo sustancial, todo continuase igual.
En esta tesitura, las divididas “tendencias” cenetistas (tanto en el Exilio como en el interior) alcanzaron, una vez más, una especie de “entente cordiale” con el fin de ubicar a la Organización en el seno de la “nueva realidad social postfranquista”. El estado, atento a nuestros movimientos y un tanto “preocupado” por manifestaciones de “pujanza” como el papel jugado por la CNT en la Huelga de la construcción asturiana en 1977, el Mitin de San Sebastián de los Reyes, las Jornadas Libertarias de Barcelona, el Mitin de Montjuic, la Huelga de gasolineras en Cataluña, el conflicto de Roca en Gavá, etc., acompañado del rechazo por parte de la CNT a los pactos de la Moncloa y al neo verticalismo sindical de elecciones sindicales y comités de empresa, se afana en la labor de mitigar el incipiente crecimiento del Anarcosindicalismo y, sin dudarlo y sin escrúpulos, se lanza a la campaña de desprestigio. Si en otros tiempos ya se nos habían colgado el “sambenito” de salteadores de caminos, de bancos, de ayuntamientos y registros de la propiedad e, incluso, de iglesias y conventos, en este caso (cuando la plebe ya se empezaba a decantar por el consumo hasta del ocio) montan “lo del Scala” y nos acusan de “incendiarios de salas de fiestas”. Este supuso un “golpe de efecto” por el que, a nivel de opinión pública, la CNT pagó un alto precio. Pero, a nivel interno, las cosas no fueron mejor porque volvieron a poner de manifiesto, una vez más, las diferentes visiones que cada cual tenía sobre el supuesto papel que el Sindicato debería desempeñar en la nueva “realidad social española”. Y mientras había quienes eran (o éramos) partidarios de defender a ultranza la inocencia de les Compañeres, denunciar la guerra sucia por parte del estado y seguir manifestándonos abiertamente “antisistema” (maximalístas), no faltaban quienes preferían “cuidar la imagen”, lavarse las manos y desvincularse de este tipo de “sucesos” creyendo, tal vez, que, de esa manera, se contribuiría a “mantener limpias la imagen pública y el prestigio social” de la Confederación (posibilistas). A la opinión de cada cual dejo el dilucidar lo “más o menos conveniente” en este asunto. La mía personal es que, siendo la “reemergente CNT” un posible obstáculo para los postfranquistas recalcitrantes y para los “neo demócratas conversos” en sus pretensiones de la llamada “reconciliación nacional”, no habrían cesado un sólo instante, ninguno de ellos, en su labor de desprestigio contra la Confederación.
Cuando yo me afilié a la CNT de Candás, el 1 de agosto de 1978, “Lo del Scala” (acontecido el 15 de enero) estaba en plena “efervescencia”. El Sindicato de Candás era entonces (y creo poder afirmar que lo sigue siendo en la actualidad) bastante maximalista y no cabían en él dudas respecto a la posición a adoptar. Aunque sí que se hacían sentir, en algún que otro Sindicato de la Regional, determinadas posiciones posibilistas de “manos limpias” respecto a lo que consideraban “actos vandálicos”. Recuerdo que mi “bautismo de fuego” en la Militancia consistió en pegar (en aquellos tiempos las pegadas eran “febriles”) miles de carteles demandando la “Libertad para los presos del Scala).
Mal que bien, y en medio de una “aparente reconciliación” ...
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