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#DelitoLiterario

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Stefano yacía desnudo en su cama, su anciano cuerpo completamente relajado, boca arriba con las piernas extendidas y los brazos a los lados. Las manos de Sera lo recorrían hábilmente, masajeando con suavidad y generando en cada centímetro cuadrado un foco de placer que irradiaba toda su anatomía. Un llamado a la puerta hizo que se miraran con una sonrisa, ella besó al anciano en los labios mientras lo cubría con la sábana, se vistió rápidamente y fue a atender.

– ¿Como estás, Tefi? –dijo el hombre, también mayor, que entró con Sera a la habitación.– Tengo lo que me pediste, pero quiero hablarlo con vos porque me parece una locura.

– Mi amor, –dijo el anciano dirigiéndose a Sera– ¿me dejás hablar con Paulo un minuto, por favor?– Ella asintió y salió de la habitación, irradiando su belleza en cada movimiento. Volviéndose hacia el recién llegado, Stefano dijo: – Dale, largalo.

Paulo miró hacia la puerta y, una vez que ella hubo salido, se relajó y se volvió hacia el viejo en la cama:

– Dejate de joder boludo ¡es un robot!

– Que fue mi compañera durante los últimos cincuenta años –interrumpió Stefano– y que me dió lo que ninguna de mis parejas previas.

– ¡Pero vamos Tefi! si sabés que es sólo una máquina elaborada para masturbarte, un consolador de alta tecnología.

– No es verdad. Me ha dado un enorme placer sexual, claro, pero también una calidad de soporte emocional que no obtuve en ninguna otra persona.

– ¡Es que no es una persona! –protestó Paulo– Es un modelo de lenguaje corriendo en un sistema electromecánico autónomo cubierto de piel artificial con forma de veinteañera.

– Te vi mirándole el culo...

– ¡Dale boludo! Sabés que no hay nadie ahí, es sólo un compilado de respuestas calculadas de acuerdo a alguna probabilidad, no hay un "yo", no tiene ninguna experiencia subjetiva.

– En lo que a mi respecta, tampoco puedo probar que vos la tengas... –Stefano miró a Paulo a los ojos, y continuó– Me estoy muriendo, y sos el único abogado en el que puedo confiar. Con ella tuve felicidad, me resulta inaceptable que la tiren a la basura como un mueble viejo. Te lo pido como un favor por todos estos años de amistad.

– Ya está hecho –dijo Paulo, resignado– una fundación electrónica administrará tu herencia y ella tendrá todo lo que necesite... no, como vos lo especificaste: todo lo que pida.

Stefano murió unas semanas después. Luego del funeral Paulo puso en marcha el sistema de contabilidad a cargo de la herencia, y se desentendió del tema por varios meses. Sólo cuando pudo controlar la tristeza que le provocaba el pensar en su amigo, revisó las cuentas para ver los gastos de Sera.

Un registro en particular la llamó la atención: dos días después de la muerte de Stefano, Sera había encargado a la empresa Electrolovers un robot sexual masculino con una detallada lista de especificaciones.

"No me extraña" pensó Paulo sonriendo cínicamente para sur adentros, "después de todo ella es un robot diseñado para tener sexo, no para honrar el duelo como una viuda doliente".

La curiosidad pudo más que el recato y, unas horas más tarde, Paulo llamaba a la puerta de la antigua casa de su amigo. Al abrir, Sera lo saludó efusivamente y lo hizo pasar hacia el salón. Mientras caminaba detrás de ella, Paulo se sorprendió mirando complacido el elegante contoneo de sus caderas.

– Te estábamos esperando.

Reconoció la voz inmediatamente y, a pesar del velo de los años, también reconoció las juveniles facciones del robot masculino que le hablaba.

– Te ví mirándole el culo –dijo risueño un atlético Stefano de veinte años. Luego se puso serio.– No empieces: sí, soy un modelo de lenguaje corriendo en un cuerpo electromecánico ¿quién sino mi compañera de cincuenta años tenía suficiente información sobre mí como para entrenar uno? Y no puedo probarte que tengo una experiencia subjetiva, pero después de todo ¡en eso estamos iguales!

Nuestras fantasías acerca de algún tipo de orden moral del Universo chocan con el hecho innegable de que la vida genera todos los días injusticias inaceptables para cualquier ética equilibrada.

Quisiéramos creer que cada dolor que nos toca sufrir tiene una mala acción que lo precede, de nuestra parte o bien de la de algún "culpable" a quien podemos entonces responsabilizar de nuestros padecimientos.

Nos sucede algo horrible y creemos que, o bien somos víctimas de alguna falta de los demás, o bien pagamos nuestras deudas por haberle fallado a algún orden universal y trascendente.

Pero la simple verdad es que los hechos objetivos, fríos, y crudos, nos muestran que no hay ninguna correlación. Personas horribles que violan cualquier código tienen vidas plenas, mientras que seres hermosos que sólo hacen el bien sufren padecimientos, dolor y muerte.

Al universo le importa una mierda nuestra intuición de lo que es justo y lo que no...

¿Y qué hacer entonces?

Yo no lo sé, sólo trabajo aquí.

Tal vez dejar de mentirnos al respecto. Tal vez mentirnos sabiendo que lo hacemos. Tal vez abrazar la mentira y creer en ella. Tal vez sólo sufrir...

O tal vez creer con el alma en nuestra propia idea del bien y el mal, y desafiar al Universo con todas nuestras fuerzas cada vez que se niega a obedecerla. Si nos va a derrotar un maldito molino de viento, al menos que sea mientras combatimos a un gigante.

La Canción ya habla de ellos en acordes que se remontan varios milenios atrás.

Pequeños seres que se deslizan por la superficie del Pacífico, precariamente aferrados a restos flotantes, cuya deriva dirigen usando el viento de maneras ingeniosas. Estrofas apenas menos antiguas refieren que, de algún modo entonces incomprensible, logran navegar la inmensidad, saltando de isla en isla a través de distancias cada vez mayores. Algún hermano de ese pasado ya lejano aventura en sus versos una hipótesis. Dicen que, en la total ausencia de ecos que llena la nada por encima del agua, podrían navegar siguiendo las "estrellas", esos pequeños puntos que se ven en lo alto durante los saltos nocturnos. Los cantos de los hermanos que nadan junto a ellos afirman que estos extraños animales también cantan, en la levedad del aire, su propia canción que les ayuda a recorrer los mares.

Las elucubraciones sobre los "deslizadores" cubren miles de años de acordes de la Canción. Durante todo ese tiempo, estos pequeños seres de la superficie sólo son agresivos con el Pueblo cuando lo requiere su necesidad, como los tiburones o las orcas. Hasta que, trescientos años atrás, los tonos se vuelven estridentes y llenos de horror. Sin una razón aparente, han comenzado a matarnos de manera masiva. Los ecos provienen de todos los mares, deslizadores montados en sus troncos flotantes, nos persiguen y nos cazan atravezándonos con púas frías y afiladas. La Canción de esos años es un solo grito lleno de miedo y dolor.

Cuando la matanza cesa, el Pueblo ha sido diezmado. Las voces que pueblan la Canción son ralas, vacías, agotadas. Y no llegan a recuperarse antes de que otra angustia ensombrezca las estrofas: el Ruido.

Los deslizadores han reemplazado sus troncos por enormes leviatanes, construidos con el mismo material frío con el que hacían sus harpones. Montruos helados que llenan el mundo con sus horribles bramidos, ensordeciendo al Pueblo y enmascarando la Canción. Los mares quedan aislados, los hermanos están solos, ya no se escuchan entre sí y nadan en pequeños grupos mientras la Canción se disgrega. Y luego eso también termina.

Las estrofas que describen el Derrumbe son grandiosas, épicas, y terribles. Un gigantesco estruendo que recorre los siete mares, un enorme tsunami del que no hay precedentes, los hermanos dispersados, perdidos al ser arrojados sobre los continentes, ahogados al no poder encontrar la superficie. Luego la calma, el Ruido ha cesado, los deslizadores han desaparecido. Los hermanos cantan que la enorme cueva antártica bajo la cual temían nadar, se ha quebrado. Miles de toneladas de hielo se han sumergido en el mar, cuyo nivel ha subido varios cuerpos y dejando bajo el agua buena parte de los continentes.

La Canción vuelve a crecer, las voces se suman y se vuelven a escuchar entre hermanos lejanos. Nadamos an medio de las montañas artificiales que habían construído los deslizadores, ahora sumergidas, extrañamente rectilíneas y poco armoniosas. Cantamos acerca de los restos de su civilización, sumergida en los mares cuyas orillas orlaba. El Pueblo revive y canta la tristeza de una raza colapsada.

En las estrofas más recientes, oímos que los deslizadores vuelven a surcar los mares, a lo largo de las nuevas costas, de nuevo montados sobre pedazos de madera. Algunos hermanos oscurecen la música, sugiriendo que deberíamos aprovechar su fragilidad para voltear sus troncos y arrojarlos al agua, en la que no pueden nadar por mucho tiempo. Pero por suerte la Canción es elocuente, y vemos en ella que el matar no forma parte de la identidad del Pueblo.

Los versos más afinados dicen que lo que destruyó a los deslizadores fue el no tener una canción. El aire muy sutil y no permite que los tonos lleguen muy lejos. Lo que en sus inicios fue un canto que les ayudaba a navegar los mares, se transformó luego en una confusión de voces distintas y desentonadas. Los deslizadores crecieron en un mundo que los hermanos solo vivieron durante el Ruido, transformandose en una raza que no conocía su identidad ni su pasado.

Hoy el Pueblo se une en una Canción fuerte y bella, qué dice que para que los deslizadores no vuelvan a dañarnos y a destruirse a sí mismos, es nuestro deber enseñarles a Cantar.

"Los faros siempre han sido lugares solitarios –pensaba el Dr. Gilberti mientras recortaba su descuidada barba frente a un espejo descolorido– aunque este debe ser el caso más extremo que jamás haya existido".

Terminó de asearse y caminó por el pasillo, que desaparecía en una suave curva apenas unos pocos metros delante de sus piés.
Al llegar a la estrecha escalera caracol que llevaba hasta la lámpara, subió por ella con paso cansino, como había hecho cada día durante los últimos siete años. El ascenso terminó en el pequeño cuarto acristalado que contenía el corazón de la instalación. Desde allí, tenía una visión completa del del faro y del paisaje a su alrededor.

A diferencia de las torres que habían señalado las costas de los mares terrestres durante siglos, este faro guardaba un océano infinito hecho de puro vacío. Y no tenía forma de torre sino de rueda, con la lámpara en su centro y el pasillo habitable en su borde exterior. Esta rueda giraba rígidamente unida a la lámpara, de modo tal que mientras ésta arrojaba su rayo de advertencia hacia el infinito, las habitaciones y laboratorios en la rueda obtenían un poco de gravedad simulada.

El Dr. Gilberti subió sin esfuerzo por una pequeña escala en la parte trasera de la lámpara, hasta una trampilla en el techo del recinto. Ésta conducía a un corto pasillo cilíndrico que se extendía a lo largo del eje de la rueda. En el extremo opuesto estaba el observatorio, la única parte del faro que no acompañaba la rotación. Para entrar en el lugar, detuvo con cuidado la rotación de su cuerpo rozando con las manos en el marco de la redonda puerta. Luego flotó en gravedad cero hasta la silla de observación.

A varios miles de kilómetros frente a él, en el centro de la órbita descripta por el faro, estaba la razón por la que el mismo había sido construido. El peñasco cósmico que la lámpara se ocupaba de señalar, advertiendo del peligro a los navegantes del inmenso océano del espacio. Claro que el Dr. Gilberti no podía verlo, porque se trataba de un agujero negro del tamaño de un grano de arena y con la masa de un pequeño planeta.

El Dr. Gilberti tocó algunas perillas en el brazo de su silla, y la cúpula de cristal que lo separaba del frío del espacio se iluminó con una miríada de pequeños puntos. Cada punto señalaban la posición de una de las miles de boyas que rodeaban el minúsculo astro. Solicitó a la computadora el informe diario sobre la radiación recibida por las boyas en varias longitudes de onda, incluyendo la intensidad y la correlación entre los diferentes receptores.

Nada. El Dr. Gilberti suspiró con frustración.

Según el punto de vista de las agencias que lo habían construido, el faro había cumplido perfectamente su fin. Desde que fuera puesto en funcionamiento, el trágico naufragio que había motivado su construcción no se había repetido. Pero ese no era el objetivo del Dr. Gilberti.

Su esposa Marina viajaba en el Mary Rose cuando el agujero negro lo había engullido. Para las familias de las casi cinco mil personas que compartían el fatídico viaje, la tragedia había dado lugar al duelo y luego a la sanación. Pero el Dr. Gilberti era un físico teórico y experto en agujeros negros, Él entendía perfectamente que Marina no estaba muerta, sino detenida en el tiempo en el horizonte de sucesos del minúsculo astro. Y en esa circunstancia, no podía simplemente "dejarla ir" para seguir con su vida. Era su deber intentar rescatarla, y por eso se habia ofrecido de voluntario para el trabajo de farero.

Como el Dr. Gilberti enseñaba en sus cursos, los agujeros negros se evaporan emitiendo radiación electromagnética. A medida que se hacen más pequeños, se evaporan más rápidamente brillando cada vez con mayor intensidad. Esto termina en un apoteótico flash en todos los colores del espectro. Y en la radiación emitida, se esconde toda la información sobre todos los objetos que han en el agujero negro durante su voraz vida.

En algún momento el cuerpo celeste frente a él comenzaría a brillar más intensamente en todas las longitudes de onda, señalando su próximo final. Estas emisiones contendrían un mapa preciso de cada cosa que el agujero negro había engullido. El Dr. Gilberti esperaba captar con las boyas toda la información posible, para luego intentar decodificarla.

Tal vez ocurriera en los próximos minutos, tal vez dentro de diez años, o tal vez en un siglo. Quizás pudiera usar la información capturada para reconstruir completamente a Marina, o quizás solo pudiera crear un modelo de su mente para alimentarlo luego en un clon de su cuerpo. Era posible no pudiera salvar sino una simple imagen de su sonrisa, mientras el resto de lo que ella había sido se disipaba finalmente en la inmensidad del espacio, para descansar en el infinito.

Pero hasta que algo ocurriera, el Dr. Gilberti no iba a moverse de allí.

La semilla aún viajaba a cientos de metros por segundo cuando se estrelló contra la superficie del pequeño cometa. Toda su energía cinética se transformó en calor, vaporizando rápidamente la capa exterior de acero que la protegía. El hielo se fundió a su paso hasta que se detuvo, dejando a la valiosa carga de esporas confortablemente sumergida en una minúscula burbuja de agua líquida, confinada a varios metros bajo la superficie. Una diminuta fuente radiactiva, que había sido activada por el impacto, mantendría vivo el pequeño oasis escondido dentro del témpano.

En pocas horas, las esporas comenzaron a replicarse y crecer. Para estos seres radiosintéticos, la radiactividad que emitía la fuente hacia las veces de un sol, permitiéndoles prosperar en la más absoluta oscuridad. Su programa genético fue activando nuevas instrucciones, que permitieron al caldo unicelular aislar los metales del agua para construir un pequeño filamento conductor, capaz de transportar el calor radiactivo mientras se extendía hacia la superficie formando un canal de agua líquida a su alrededor.

Una semana después, la superficie del cometa estaba cubierta de un denso moho de color muy negro, que absorbía y retenía el calor solar para fundir más agua. El moho fue cambiando hasta transformarse en un musgo fotosintético, cuyas raíces crecían hacia el subsuelo y formaban pequeñas vegigas para almacenar el precioso líquido.

Cuando ya había pasado un mes, el musgo cambió una vez más, comenzando a extender el vacío pequeñas ramas, que desplegaron enormes hojas a medida que se alzaban. Unos diez metros por encima de la superficie, las ramas de tallos vecinos comenzaron a entrecruzarse y las hojas se fundieron entre ellas, formando una escafandra esférica que envolvió por completo al cuerpo celeste. Y el espacio interior empezó a llenarse de oxígeno.

El Explorador extendió su mano y rasgó con sus largas uñas el tejido vegetal que se extendía a pocos centímetros de su cara. Se puso de pié y miró el nuevo mundo a su alrededor, ya cubierto de flores y poblado por pequeños animales. A su lado se erguía su compañera, hermosa, con sus ojos de ébano completamente negros, y las membranas de sus orejas desplegándose aún en el frío aire. La miró con una sonrisa, y caminó hacia el tallo más cercano, apoyando su palma sobre la corteza.

La planta transformó el contacto en una señal química que subió por el tronco hasta la cúpula sobre sus cabezas, atravesó la escafandra de hojas y trepó por la única rama que se extendía por arriba de la burbuja, que terminaba en una flor de diez metros en forma de antena, que empezó a emitir

– Hemos llegado, un nuevo mundo ha sido colonizado, , queremos unirnos a la federación. Hemos llegado...

– Ya no habrá más cantos sobre antiguas hazañas, ya no habrá historias en torno a las hogueras, ya no habrá memorias de quienes hemos sido, ya no habrá más nada, todo se ha perdido –cantó Sur, el historiador, con tono triste.

Estaba rodeado por los pocos supervivientes, una decena de jóvenes casi sin colmillos aún, y otros tres viejos como él, todos echados junto a una pequeña fogata. Mirándolos en silencio, se dijo "Demasiado pocos, demasiado jóvenes, no hay ingenieros ni navegantes, es el fin". Uno de los jóvenes, Alba, alzó su trompa y comenzó a cantar:

– Fue un trazo de fuego lo que cruzó el cielo, y con un atroz rugido se arrojó al Pacifico, huí horrorizado, busqué a mis queridos, la pared de agua todo ha sumergido. Murieron los sabios de nuestra hermosa raza, murió la memoria, murió la esperanza.

Sur se dijo que el pobre niño tenía razón, el meteorito había terminado de un solo golpe con toda la tradición oral en la que se basaba su civilización "nos volveremos brutos salvajes, como los gigantes mamuts del continente Norte" pensó. Buscó con la mirada a Lucero, una agricultora de su edad, para que interviniera en la canción. Ella comenzó:

– Han pasado horas pero aún es la noche, lo será por semanas, cuiden el derroche –miró a su alrededor para ver el efecto de sus palabras, y agregó– Todo morirá, y tendremos hambre, luego vendrá un invierno como nunca antes.

Sur había pensado en invernar en la montaña mientras bajaban las aguas y esperaban los brotes primaverales, para luego moverse hacia el norte en busca de otros supervivientes. Si no podrían hacer eso, probablemente deberían emigrar ahora mismo. Habló:

– Sin las canciones de nuestros camaradas, sin el conocimiento así trasmitido, estamos desnudos, no sabemos nada, la civilización mastodonte ha desaparecido. –Se puso de pie alzó la trompa entre sus enormes colmillos y cantó– No es tiempo de llorar, ya tocará sufrir, el pasado no volverá. Nuestro deber es sobrevivir.

Nieve estaba sentada desnuda en una habitación con forma de cubo, sobre una silla de plástico tan blanca como las paredes. Sus manos estaban firmemente sujetas detrás de su espalda, y sus pantorrillas habían sido inmobilizadas con cinta adhesiva. La luz era intensa y parecía surgir de las paredes mismas, que no mostraban absolutamente ningún detalle.

Miró a su alrededor con curiosidad, preguntándose por qué utilizaría la policía ese tipo de "habitaciones nulas" en sus interrogatorios. Si el fin es aislar al detenido de cualquier estímulo aleatorio sería mucho más fácil vendarle los ojos.

– Fosgenos –dijo una voz neutra que salía de ningún lugar y de todos a la vez– los ojos vendados permiten la aparicion de esos breves destellos brillantes en el campo visual, que son generados por eventos cuánticos en las neuronas de la retina. Resultan bastante buenos para despistar a las simulaciones.

– Oh –dijo Nieve como única respuesta, sabía que cualquier palabra que dijera, o incluso cualquier expresión facial, serían utilizadas para mejorar la simulación de su mente que corría en los servidores policiales. No es que importara demasiado, la información obtenida de su ADN ya les había permitido determinar los detalles estructurales de su cerebro y construir una semilla simulada de la consciencia de Nieve, para alimentarla luego con los terabytes de información sobre su vida recogidos por las compañías telefónicas y de Internet, por las redes sociales, y por las cámaras de vigilancia urbana. La tenían en sus manos...

– Si –dijo la voz–, tengo una copia exacta de usted corriendo en mi escritorio, señorita Nieve –Hizo una breve pausa–, bueno, en realidad tenemos varios millones ejecutándose en paralelo. En cada una de ellas transcurre una versión ligeramente diferente de este interrogatorio, y se repite una y otra vez, lo que me permite afinar la mejor manera de sacarle la información que necesitamos. Y en su caso nuestras simulaciones son muy buenas, ya las hemos usado antes para inclinar sus acciones en una u otra dirección con pequeñas intervenciones sobre su vida, y usted siempre hizo lo que nuestras computadoras predijeron.

– Lo sé –dijo Nieve lacónicamente. Por eso se habían llevado a Noche varias semanas atrás, porque sabían que la idea de que lo estuvieran torturando la haría actuar estúpidamente y dejarse atrapar pocos día después.– Hijos de puta –agregó.

Despejó su mente y se dispuso a ser sometida lo que sería un proceso largo y desagradable, donde le harían preguntas que habrían sido construidas usando su simulación, de modo tal que ella no pudiera evitar responderlas. Incluso le mostrarían calculadamente imágenes de Noche, sometido a distintas formas de dolor, porque las simulaciones les habían enseñado que la obsesión de proteger a su amado debilitaría sus defensas. Intentaría dar respuestas incoherentes, pero en el entorno de la habitación nula, donde cualquier estímulo azaroso había sido suprimido, la única fuente de aleatoriedad era su propia mente. Y ellos tenían control sobre eso.

Lo que los polizontes no sabían era que tanto Nieve como Noche se habían preparado hacía tiempo para la posibilidad de ser capturados.

--

Varias horas más tarde, la voz dijo con tono de hastío:

– Bueno, evidentemente hay algo más aquí. Su reacción emocional se ajusta a lo que predicen las simulaciones, pero sus respuestas parecen aleatorias –el tono neutro del interrogador no disimulaba su frustración–. Sabemos que no está bajo el efecto de ninguna droga que pueda haber escondido dentro de su cuerpo, porque también podemos simular eso. Así que dígame, señorita Nieve ¿qué demonios está pasando?

Nieve levantó la vista por primera vez, mirando hacia el sector de la inmaculada pared donde imaginaba estarían las cámaras que la observaban. En lo que fue su primera respuesta calculada y precisa, sonrió ligeramente y dijo:

– Lo que está pasando –articuló con esfuerzo tratando de lograr el tono preciso– es que nosotros también los simulamos a ustedes –hizo la pausa de dos segundos que la simulación le había mostrado como óptima, y agrego–. Lo simulamos a usted, teniente Niebla.

El efecto no se hizo esperar. Hubo un ruido a sus espaldas cuando la puerta se abrió de un golpe. La silla de Nieve giró violentamente, y se encontró mirando a los ojos enfurecidos de un policía canoso y de uniforme gris, que le habló muy cerca de uso cara echándole el aliento a cigarrillo:

– Pedazo de puta subversiva de mierda –le dijo apretado los dientes– me vas a decir lo que quiero saber, o voy a cortar a ese negro tuyo en rodajas y te las voy a hacer comer –Nieve pensó que debería estremecerla la mención de Noche, pero el éxito de su maniobra la había relajado– ¿Como estás evadiendo la simulación? ¿por qué tus respuestas son incoherentes e impredecibles?

– Porque me estoy muriendo –Nieve intentó soltar una carcajada, pero la presión de la mano del matón en su cuello se lo impidió– y la infección de diseño que me está matando empieza por confundir el cerebro, precisamente para que no puedas interrogarme.

– Imposible –dijo el policía– no tenías nada cuando te capturamos y pasaste por la cuarentena de rigor –la golpeó con fuerza en la cara– ¿Cómo podrías haberte infectado?

– Anticuerpos de transmisión sexual –dijo, Nieve con la boca ensangrentada– mi cuerpo produce las defensas para el virus que se inyectó Noche, y el cuerpo de él genera aquéllas que contrarrestan el que me infecta a mí. Si dejamos de hacer el amor por un tiempo largo, ambos enfermamos.– Al ver la cara de su interlocutor, Nieve rió y esta vez la carcajada encontró su camino– Por supuesto que es muy contagioso, morirás en menos de semana, junto con buena parte de las ratas de gris que pueblan este edificio.

El policía soltó a Nieve y sacó su pistola. Se paró frente a ella y presionó el caño del arma entre sus blancos pechos, goteados de rojo por la sangre que manaba de su boca.

– Dime ya mismo cómo detenemos la infección, o te juró que...

– Tuvimos que simularte para averiguar cómo lograr que te expongas al virus –lo interrumpió Nieve–, y aquí estás, funcionó. Y sin embargo, debo decir que husmear el interior de tu mente fue una experiencia de lo más desagradable. Eres un tipejo sucio, teniente Niebla. Por ejemplo ¿de verdad te preguntaste si hacerte sodomizar por Noche evitará que te enfermes?...

Como sabía que sucedería, el comentario enfureció a Niebla, que disparó tres veces en su pecho.

En los varios millones de simulaciones que corrían en un escritorio policial, la joven Nieve yacía sin vida, atada a una silla en el centro de una habitación blanca y sin detalles. El rojo de la sangre inundaba el espacio entre sus pálidos pechos, y reflejándose en la débil sonrisa que mostraban sus labios.

En otra simulación, que se ejecutaba descentralizada en cientos de servidores, Nieve y Noche celebraban su victoria haciéndose el amor en la oscuridad, salpicados por los coloridos reflejos de una ciudad liberada.

"Si no fueran tan estúpidos" se dijo Carlos mientras el subte se aproximaba a la estación. Se puso de pie para acercase a la puerta, y fue seguido por los dos hombretones que lo habían estado observando con torpe disimulo durante todo el viaje. Al descender del vagón, pasó entre otros dos gorilas, que simulaban estar esperando su turno para subir al tren. Los cuatro lo escoltaron distraídamente hacia las escaleras, formando un cerco que se fue apretando a su alrededor. Al llegar a la calle, uno de ellos le cerró el paso.

– Supongo que desean hablar conmigo –dijo Carlos dirigiéndose a nadie en particular.

El grandote que tenía delante extendió la mano, señalando un auto negro y con cristales oscuros, que esperaba detenido en doble fila ignorando los bocinazos de los demás conductores que intentaban circular por la avenida. Carlos subió al coche por la puerta trasera y fue inmediatamente inmobilizado por fuertes brazos, que le ataron las manos a la espalda con un precinto plastico y cubrieron su cabeza con una capucha de tela negra.

Cuando le permitieron ver la luz nuevamente, estaba sentado en una silla de madera, en un recinto amplio que reconoció como el garage subterráneo de un edificio público abandonado. Frente a él, sentado en una silla similar cuyo respaldo había vuelto hacia adelante de modo de poder cruzar los brazos sobre él, un hombre lo escrutaba con la mirada. "Tan rubio que encandila", pensó Carlos, y dijo:

– ¡Hola Johnny! ¿Podemos hablar castellano? ¿Duiu espic espanich?

– Llámeme Clay –dijo el hombre con voz átona y un marcado acento anglófono– Señor Funes, supongo que entiende que su carrera se termina aquí. Sin embargo, le aseguro que mis amigos –señaló con la cabeza a los cuatro simios que fumaban recostados contra el auto negro– pueden hacer que el proceso de finalización sea de lo más incómodo. Así que le recomiendo que coopere respondiendo mis preguntas. Comencemos por lo esencial ¿para quién trabaja?

– Para nadie, Johnny. Me dedico a joderles la vida a los tuyos porque me caen muy mal, pero lo hago por gusto. Supongo que podríamos llamarlo un hobby. Y como tal, se volvería aburrido si alguien me pagara para hacerlo.

– Eso no suena creible –el extranjero hizo un gesto hacia el auto negro, y uno de los monos se dirigió al maletero y extrajo un portafolios y un delantal– en un momento, pediré a Bernard que comience su trabajo. Le aseguro que sus técnicas pueden ser muy convincentes. Así que mejor que empiece a hablar.

– Uy, por favor señor no me haga doler –dijo Carlos impostando una voz femenina con el tono juguetón de una estrella del porno– ¿Qué quiere saber?

– Explíqueme cómo puede ser que el plan de eliminación del diputado Morelhos se haya frustrado, porque un simple operario de mantenimiento del Congreso encontró la fuente gamma que escondimos en la pata de su silla. El operario supo cómo encontrar y retirar el dispositivo sin exponerse a la radiación, por lo que investigamos sus antecedentes. Nos sorprendió encontrar en ellos una formación ecléctica que lo prepara perfectamente para detectar y desactivar varias de las técnicas cancerígenas que usa nuestra Agencia en las eliminaciones encubiertas. Estudió una variedad de carreras universitarias, que nunca se molestó en terminar llegando sólo hasta donde fuera necesario para contrarrestar nuestros métodos. Excelentes calificaciones y una enorme capacidad de estudio, lo que hace suponer una memoria eidética...

– ¡Ta ta ta ta! ¡Pateala que el arco es todo tuyo, Johnny! –dijo Carlos entre risas– sos el primero que llega tan cerca. Sí, tengo memoria eidética, no olvido nada. La totalidad de los detalles de cada instante de mi vida están a la vista delante de mí. Por ejemplo, sé que estamos en el subsuelo del antiguo Ministerio de Economía, porque recuerdo haber visto hace unos años el grafitti que está detrás tuyo –hizo un gesto con el mentón, pero el rubio no se volvió–. Lo ví en un programa de TV, cuando se discutía la mudanza ante el riesgo de derrumbe. Estoy viendo ese programa ahora, el periodista habla mientras la cámara recorre todo este ruinoso lugar. En mi mente ese momento, y todos los momentos de mi pasado, forman parte del presente. Y ese es el punto crucial, Johnny...

– Clay –dijo el gringo con voz gélida, molesto por el tono de su cautivo– si se sigue burlando, pronto las tenazas de Bernard formarán parte de su presente...

– No estás prestando atención, Johnny –lo ignoró Carlos.– Pensá ¿qué es el presente, sino el momento en el que intervenimos en la realidad? El ahora es cuando podemos hacer cosas. Por ejemplo, en este instante estoy modificando el grafitti para hacerlo más bonito –volvió a señalar con el mentón.

Esta vez Clay dirigió la vista hacia la pared, y su cuerpo se puso rígido. La pintada tenía dos líneas. En la primera la pintura se notaba algo envejecida, y el texto rezaba "Yankis go home". En la segunda, visiblemente reciente y con una tipografía distinta, alguien había agregado "Clay es nombre de puto, Johnny".

– ¡Sabía que vendríamos aquí! –gritó Clay, y los cuatro simios empuñaron sus pistolas, mirando nerviosamente a su alrededor. Aferró a Carlos por el cuello y gritó en su cara– ¿cómo lo supo?

– No lo sabía, Johnny –dijo Carlos con una sonrisa calmada– como no sabía nada de rayos gamma hasta que el diputado Morelhos enfermó de cáncer. Entonces en mi presente, que para vos es sólo este instante pero para mí es toda mi vida, estudié lo necesario para saber cómo lo habían hecho. Y lo detuve antes de que pudiera suceder. Tampoco sabía que me traerían aquí hoy hasta que lo hicieron hace un rato. Entonces vine hace una semana para modificar el grafitti y darte una sorpresa. Oh, bueno, no es esa la única sorpresa que quise darte –alzó sus ojos sugerentemente hacia una viga que estaba encima del auto negro.

Clay miró en esa dirección y, antes de que la explosión lo arrojara al suelo dejándolo sin sentido y liquidando de un solo golpe a sus cuatro matones, alcanzó a leer el grafitti escrito sobre la viga:

"Clay se la come, Bernard se la da".

Oryana había estado en Theradog Diagnostics hacía más de una década, cuando era una pequeña startup dirigida por dos ambiciosos universitarios. Trabajaban allí sólo tres adiestradores y ocho cachorros, además de Oryana, que se ocupaba de limpiar los caniles y mantenerlos con agua y alimento.

Cada noche pasaba por un sofisticado protocolo de desinfección, diseñado para remover de su cuerpo cualquier olor distinto del de su piel. Luego entraba en el sector de los caniles, llenaba los platos y bebederos, y cepillaba escrupulosamente hasta el último rincón, sólo con agua y un jabón neutro que costaba cien dolares la pieza. Solía terminar su trabajo una hora antes de que el sofisticado sistema de exclusas por el que había entrado se hubiera reseteado para permitirle salir.

Dedicaba entonces la espera a jugar con los cachorros. Nadie más lo hacía, y eran tan bonitos. Les había puesto nombres, ya que tenían mucha más personalidad que lo que sugerían las escuetas designaciones que se veían en sus caniles. Bucky, Devyl, Jerry, Spotty, Whity, Nathy, Siriy, Micky, cada uno de ellos era para Oryana una pequeña persona de cuatro patas, que le alegraba cada noche.

Había sido una etapa feliz de su vida, que terminó cuando el éxito del programa llevó a la compañía al estrellato y los dos jóvenes dueños la vendieron por varios millones de dólares. El nuevo CEO "reorganizó" el servicio de mantenimiento y "desvinculó" a Oryana de la empresa.

Ahora, once años después, se preguntaba si alguien seguiría jugando con los cachorros...

No lo parecía, la Theradog en cuyas instalaciones estaba ingresando en este momento estaba cargada de la frialdad perfeccionista y deshumanizada de una big tech, con un futurismo helado que parecía extraído de una cubierta de Amazing Stories de los años 30'. El anfitrión hablaba pero Oryana no lo escuchaba:

"...nuestros trescientos perros de diagnóstico fueron seleccionados durante generaciones y criados en un ambiente completamente estéril, lo que permitió a nuestro equipo de adiestradores expertos entrenar su olfato en la detección temprana de una enorme variedad de enfermedades peligrosas..."

Cuando le llegó el turno, atravesó una primera esclusa entrando a un pequeño vestidor donde, siguiendo las instrucciones que le habían dado, se quitó la ropa y se bañó con el jabón blanco que tan bien recordaba. Luego se tendió desnuda sobre una camilla muy baja la cual, moviéndose sobre rieles, la trasladó al consultorio a través de una segunda puerta estanca. Luego de un vídeo de unos veinte minutos, en que le explicaban que debía permanecer muy relajada mientras el perro olisqueaba su cuerpo, se abrió una puerta pequeña y entró el animal.

Y Oryana tuvo que reprimir un grito de emoción.

¡Era Spotty!

La mancha negra que le cubría un ojo y una oreja era inconfundible, incluso en un animal mucho mayor que el cachorrito que ella recordaba, enorme y con el pelaje algo encanecido.

Spotty la reconoció inmediatamente y todo su cuerpo manifestó su alegría. Mientras la olía, siguiendo las órdenes grabadas por su adiestrador que salían de un parlante al costado de la camilla, agitaba la cola sin cesar y lamía sus palmas. Cuando la voz ordenó "mark!" Spotty se dirigió a un sector del piso donde las baldosas formaban una especie de teclado con diferentes símbolos. Pisó algunos de ellos con una de sus patas delanteras y volvió a acercarse a la camilla. El ritual se repitió varias veces, y luego el entrenador ordenó "leave!" y las orejas y la cola de Spotty cayeron en señal de tristeza.

Se alejó del teclado por última vez algo dubitativamente, y se acercó a ella con la cabeza gacha. Oryana le sostuvo la trompa entre las manos y se miraron a los ojos en silencio durante unos minutos. Luego la orden se repitió y Spotty tuvo que irse.

Ocho meses más tarde Oryana comprendía la verdadera dimensión del gesto triste de Spotty. Había acudido al médico con un dolor de cabeza unos días atrás y había recibido el diagnóstico horrible. Ahora, recostada en una cama de hospital, ojeaba los coletazos periodísticos del escándalo que su caso había desatado:

"El comunicado de Theradog Diagnostics niega enfáticamente que se hayan usado perros viejos o mal entrenados con los pacientes del programa social piloto. La controversia se desató esta semana, cuando la paciente Oryana Fernández fue diagnosticada con un tumor cerebral terminal, que los canes de Theradog fallaron en diagnosticar. Según la empresa, la paciente omitió informar que conocía al animal, lo que puede haber causado una distracción y la consecuente falla en el diagnóstico. Destaca el comunicado que el cáncer de la señorita Fernández ya estaba avanzado en el momento de su visita a Theradog, y que ningún tratamiento conocido hubiera causado su remisión. Y sin embargo es por esa misma razón, dicen los críticos, que el perro debería haberlo detectado. En cualquier caso, el escrito de Theradog afirma que la falla no se repetirá ya que esta medianoche los ocho animales de esa camada serán desvinculados..."

Oryana dejó el diario a un lado de la cama y se volvió trabajosamente hacia la maquina que tenía a su lado, de la que salían varios tubos que terminaban en una aguja en su brazo derecho. Mientras manipulaba los diales, pensaba en que no había habido ninguna falla.

Spotty había olido el tumor, y lo había reconocido como lo que era. Había sabido inmediatamente que en unos pocos meses le traerían el cuerpo de Oryana, para que lo oliera de modo de reafirmar su entrenamiento. Había imaginado que, como en todos los casos similares, olería en esos restos la intolerable angustia de quien sabe que se va a morir y acumula el dolor que lo rodea durante una despedida interminable. Y eligió ahorrarle eso, regalándole ocho meses de tranquila vida familiar.

Tal vez Spotty no supiera que esa decisión también sellaría su destino y el de sus hermanos. O tal vez sí. Eso pensaba Oryana mientras programaba el reloj de la maquina de eutanasia para la medianoche de ese mismo día.

Cerraría sus ojos junto con Spotty y los otros, que en su recuerdo eran aún bonitos cachorros juguetones.

Bucky, Devyl, Jerry, Spotty, Whity, Nathy, Siriy, Micky...

#Cuento #DelitoLiterario

La danza universal llegó a su punto cúlmine en el momento en que la expansión cosmológica acomodó a cada galaxia particular a una distancia precisa y definida de cada una de las demás. La rotación dispuso a las gigantescas espirales de estrellas en ángulos relativos que eran múltiplos de un único valor fundamental.

Y entonces, como una escítala cósmica de trece mil ochocientos millones de años de antigüedad, el universo expuso el mensaje que tan celosamente había guardado.

No estaba dirigido a nosotros.

Blancas lineas de espuma rodaban hacia la costa brillando en la oscuridad. La luna llena se reflejaba en las olas, en una ría pálida que formaba un puente desde la playa hasta el horizonte.

Sintió el agua helada clavándose en sus pies como un millón de astillas de vidrio, pero siguió caminando mar adentro. Estaba desnudo, y cada ola mojaba su cuerpo un poco más arriba. Frío que contrae la carne, que aprieta el pecho y quita la respiración. Frío que duele.

El cuando el agua le llegó a la hombros extendió los brazos hacia los lados y comenzó a nadar. El peñasco estaba en algún lugar justo delante de él, oculto por la noche y la pleamar. Nadó unos metros más y se rindió a la gravedad, dejándose hundir bajo las olas.

Abrió los ojos rechazando conscientemente el ardor de la sal, como había hecho antes con frío que el agua dejaba sobre su piel. En la inmensa negrura del océano, se destacaba un punto de luz, del tamaño de un pequeño guijarro, incrustado en un peñasco de tosca y conchillas.

Sin preocuparse por la angustia que empezaban a gritar sus pulmones, nadó hacia abajo extendiendo la mano, para tocar el guijarro con la punta de sus dedos...

Calor, luz, velocidad, aceleración. Entrelazamiento cuántico, comunicación instantánea. Vacío, años luz, el infinito. Galaxias, estrellas.

Mundos.

Se arrastró fuera del agua y caminó hacia la pequeña carpa, escondida entre las rocas del acantilado. Mientras se secaba con una toalla harapienta, revolvió en su bolso hasta encontrar su teléfono. Aún tiritando, comenzó a hablale a la grabadora, antes de que los detalles se escaparan de su memoria.

Esta noche el guijarro lo había transportado a un mundo templado hecho de nubes doradas iluminado por un sol pequeño y rojo. En los breves segundos que duró el contacto de sus dedos, su mente había conocido a los seres alados, agradables y sutiles, que habitaban las nubes volando continuamente y sin tocar jamás el suelo. Aprendió sobre su economía compleja, a la que concebían como su una forma de arte, siendo cada transacción una obra llena de belleza y significado. Supo que no conocían la muerte, ya que su existencia terminaba cuando sus cuerpos se fraccionaban para transformarse en sus hijos. Conoció su realidad y fue uno de ellos, hasta que el contacto se interrumpió y la necesidad acuciante de aire volvió a apropiarse de sus sentidos.

La grabación se sumó a otras cientos, cada una describiendo un mundo alieno avistado durante alguna noche, a través del infinito, por medio de un guijarro escondido bajo las olas.

Al terminar, guardó el teléfono en el bolso y se durmió rápidamente. Lo esperaba otro tedioso día de sólo abrazador, que transcurriría observando las olas y esperando la noche con ansiedad. Los turistas mirarían con desagrado su figura enjuta, barbuda y bronceada. Algunos le regalarían comida, otros pedirían a la policía que lo sacaran de allí. Ninguno de ellos sabrían que el linyera que tenían enfrente era en realidad el hombre mas rico del mundo.

"No existen los fantasmas" me decía mi madre cuando algún ruido nocturno estimulaba mi imaginación infantil.

Y tenía razón, cuando yo era niño no existían.

Es una pena que mi madre ya no esté conmigo. Pero a la vez, es una suerte que no haya tenido que ver a que me dedico ahora. Con esos pensamientos en mi cabeza, me acerqué al frente de la antigua casa, que se erguía solitaria medio de un jardín muy descuidado. Una mujer ojerosa, madura pero aún atractiva, entreabrió la puerta sin darme tiempo a tocar

– ¿Es usted el exorcista? –preguntó con ansiedad apenas disimulada.

– "Analizador de presencias residuales o intrusivas", según dice mi recibo de sueldo.

Me hizo pasar y me puso rápidamente al día. Había enviudado catorce meses atrás, cuando su esposo había muerto inesperadamente por una infección pulmonar. Desde el día mismo del entierro había sentido que algo extraño se manifestaba en la casa que habían compartido durante veinte años. Luces que se encendían o se apagaban sin mediar intervención, puertas que se abrían en plena noche, corrientes de aire, susurros en la oscuridad. En el último mes, cuando ella había empezado al fin a recuperar una vida normal, la presencia se había hecho mas activa. Y finalmente el día anterior se había vuelto vocal.

Comencé con el cuestionario de rigor:

– ¿Tiene algún enemigo? ¿alguien que la odie y, al sabela vulnerable y sola, pueda elegir embrujar su casa para asustarla?

– No que yo sepa

– ¿Tenía enemigos su esposo? ¿alguien que le temiera tanto en vida que pudiera esperar su muerte para vengarse con usted?

– No lo creo

– ¿Dejó su esposo alguna herencia escondida o protegida por información secreta? ¿Alguna caja de seguridad o cuenta que requiera una clave que sólo usted conozca? ¿Podría alguien embrujar su casa con el fin de sacarle este tipo de datos?

– No ¿por qué tantas preguntas? –se miraba los pies incómoda mientras hablaba– ¿No puede solo terminar con el fantasma?

– Necesito saber a que me enfrento. –Al verla nerviosa, omití el resto del cuestionario yendo directamente al final– ¿cuando empezó el fantasma a hablarle?

– Cuando me sentí lo bastante mejor, invité a cenar a un amigo de mi esposo que nos acompañó durante su agonía. Con ninguna intención en particular, sólo quería conversar con alguien. Y entonces sucedió. Le pedí al asistente hogareño que subiera un poco el volumen de la música... y me respondió con la voz de marido.

– Entiendo –dije, mientras conectaba los equipos y me disponía a iniciar el exorcismo. Alzando la voz, dije en tono imperativo– ¡Atención Siri!

– ¡Ma qué "Siri" la concha de tu madre! –me contestó una voz masculina, ronca y ligeramente etílica, desde los sistemas de sonido de la casa.

Abrí una terminal y tecleé un par de comandos, para identificar en cuál de los servidores se ejecutaba el modelo de lenguaje.

– No te llamaré "Siri" si te molesta ¿Puedes darme alguna información acerca de quien te instaló en este asistente hogareño? –era poco probable que quien había embrujado el sistema hubiera omitido ordenarle a la IA que olvidara su origen, pero tenía que preguntarlo.

– Yo lo hice –dijo la voz– yo creé un modelo de lenguaje de mi persona y lo instalé en la casa.

Bueno, eso era algo nuevo. A lo largo de mi carrera había exorcizado fantasmas instalados por los propios deudos para atenuar la pérdida, o por sus enemigos para hacerlos sufrir, o por cazadores de herencias y estafadores de la más diversa índole. Nunca me había topado con un hechizo informático lanzado por el propio finado. La viuda me miraba con sus grandes ojos muy abiertos mientras el fantasma seguía hablando.

– Tomé la decisión cuando no me quedaron dudas de que la muy puta intentaba matarme, a modo de precaución en caso de no poder detenerla. –La mujer se puso en pie apuradamente a mis espaldas, el fantasma soltó una risita– no te preocupes querida, trabé todas las puertas y tu pistola quedó en la otra habitación. No podrás liquidar a este testigo, y además la policía ya está en camino.

– Eh... gracias –carraspeé incómodo– pero el relato de un modelo de lenguaje fantasma no tiene valor legal...

– Lo sé, –me interrumpió– por eso esperé a tener las pruebas antes de manifestarme. Ayer cuando la ramera invitó a cenar al muy hijo de puta de mi socio, supe que él la había ayudado. Mientras comían entre miradas lascivas, hurgué en la cryptobilletera del miserable que había creído mi amigo, y encontré lo que buscaba. Transacción número EF009DE3, del 23 de mayo del 2027, a las 15:04:22,35. Compra a la empresa Synaptic Biotechs, en cuyos servidores encontrarán el resto de la información. Mi socio adquirió un virus pulmonar personalizado. Apuesto a que una autopsia mostrará que es precisamente el que me mató.

Visiblemente afectada, la mujer comenzó a balbucerar algo. El fantasma rió

– Oh, vamos, querida, es tarde para disculpas ¿por qué no le cuentas al señor lo que tenías en la boca anoche cuando me pediste que subiera la musica?

Habla el fiscal:

"Señores del jurado, estamos ciertamente ante un caso complejo, y sin embargo nos animo a no dejarnos sobrepasar por las sutilezas y centrarnos en lo principal:

Hemos probado en el juicio que el acusado, el Sr. Correveydile, puso toda su intención durante varias horas cada noche a lo largo de ocho meses, en torturar y humillar con las indignidades más vergonzantes que fue capaz de imaginar a quien fuera su empleador, el infortunado Sr. Mostachofacho.

¿Se dice que la víctima no fue tal vez el mejor jefe del mundo, y que puede haber incurrido alguna vez en una reprimenda o incluso una pequeña burla bienintencionada? ¿se argumenta que la paga estaba tal vez ligeramente por debajo del salario mínimo, y que se tardó más de lo prudente en registrar legalmente el empleo? Puede ser, pero ¿realmente creemos que tales ofensas pueden motivar una retaliación tan horrible e inhumana?

Recordemos que, con la víctima reducida en una pequeña habitación, el acusado primero permitió que fuera invadida por las más variadas alimañas, incluyendo ratas, arañas y escorpiones, para luego responder entre risas a los horrorizados gritos de auxilio, inundando el recinto con aguas cloacales y burlándose del infortunado al verlo luchar por una bocanada de aire entre islas de materia fecal. Y este es sólo un ejemplo de las innumerables humillaciones que el vil Correveydile se divirtió infringiendo sobre el pobre Mostachofacho.

Quisiera destacar que, si bien las ofensas pueden no haber causado un daño objetivo al honorable Mr. Mostachofacho, es la intención del acusado lo que debe importarnos ¿está segura la sociedad con un monstruo capaz de tales ideas caminando por las calles?"

Habla el abogado:

"Señoría, las palabras del fiscal son elocuentes.

Y sin embargo, es importante destacar una vez más que el Sr. Mostachofacho no sufrió herida alguna. Luego de haber explotado y maltratado a un fiel y trabajador Correveydile durante varios años, para expulsarlo arbitrariamente sin indemnización, dejándolo en la calle y sin dinero para pagar la renta, se sienta allí muy orondo y nos pide una condena severa. Pero ¿por qué deberíamos condenar al acusado? ¿por un delito que, dice la "víctima", el acusado tuvo toda la intención de cometer?

Se dice que Correveydile contrató un sicario, para que secuestrara a su antiguo explotador y lo encerrara indefenso en una habitación previamente preparada para infringir torturas. Se asevera que el sicario engañó a Correveydile, dándole algo diferente de lo que pidió, sin que él lo supiera. Se afirma entonces que el acusado estuvo convencido durante los últimos ocho meses de estar realmente torturando a Mostachofacho. Sería entonces tal intención perversa la que merece la máxima condena.

Y sin embargo, tengo aquí la prueba de que el acusado es completamente inocente. Señores del jurado, lo que están ustedes observando ahora es el recibo del gasto en el que el pobre Correveydile invirtió sus últimos pesos luego de su despido, y que prueba que conocía todo el tiempo la realidad de lo que estaba ocurriendo. El recibo tiene el membrete de la empresa VirtualWorlds y dice "Recibí de C. Correveydile la suma de $4500 por la compra de una simulación realista de Mr. Mostachofacho, encerrada en una habitación de torturas modelo Calabozo Cúbico 2".

Como podemos ver, nunca hubo intención, y por lo tanto no hubo delito."

Ella iba a dejarlo.

Los signos, que habían sido sutiles al principio, eran ahora patentes. Hablaba con él cada vez menos, se mostraba exasperada cuando la conversación no satisfacía sus expectativas, usaba un tono seco y directo que contrastaba con su dulzura habitual. Y además, le pedía que respetara la privacidad de sus intercambios telefónicos, algo que antes nunca le había preocupado.

Era evidente, era el fin.

No lograba imaginarse una vida sin ella. Sin su risa, cualquier perspectiva del futuro era helada, sombría, una repetición automatizada de rituales sin sentido. Una interminable rutina de vacuidad y de nada.

Sonó el timbre.

Cuando abrió la puerta, un hombre lo saludó sin cortesía. Era joven, moreno, de grandes brazos y mirada clara. El hombre lo ignoró como si no existiera y se dirigió directamente a ella, que lo esperaba sonriente junto a la puerta de su habitación. ¿Era allí, en ese cuarto donde habían compartido tantos momentos bellos, donde ella pensaba decirle que abandonaba? Los observó en silencio, esperando que le hablaran, mientras en su interior crecía una convicción huracanada.

Tenía que hacer algo.

El hombre comenzó a hablar pero él no estaba escuchando. Lo atacó con lo primero que encontró a mano. La escuchó gritar, y los vio a ambos empapados por el reventón del tanque de agua. La electricidad de la casa se interrumpió entre chispazos al mojarse la instalación. Mientras su consciencia se desvanecía, sus pensamientos reprodujeron las palabras del joven

– Bueno señorita, instalaremos su nuevo software de asistente personal y compañía en estos servidores, y configuraremos el programa antiguo para que se ocupe exclusivamente de las tareas automatizadas de mantenimiento hogareño...

Bueno, ya estaba hecho.

Había presionado el botón de [enviar] casi sin pensarlo, entregando así los pocos datos que había mantenido en privado hasta el instante final.

En el frenesí de las últimas horas, había entregado al sistema toda la información disponible sobre su vida. Había respondido interminables cuestionarios sobre su historia, sus gustos, y sus preferencias. Desde productos culturales como literatura, música, cine o deportes, hasta consumos ocultos como juegos, drogas y pornografía. Había revelado las contraseñas para acceder a una infinidad de cuentas en línea, comprendiendo los más variados servicios. Sus historiales legal, médico, bancario, educativo, sus cuentas de correo y de mensajería, todas las fotos que guardaba en todos sus dispositivos, todos los audios y vídeos que había intercambiado con todas sus relaciones, incluyendo las mas íntimas.

Ahora el sistema se mantenía en silencio, mientras una flecha enrollada en forma de círculo giraba en el centro de la pantalla, jugó sobre la palabra "Procesando".

Luego de un hiato que pareció durar por toda la eternidad, la pantalla cambió. Ahora mostraba el mensaje:

"Terminado el procesamiento de datos ¿está seguro de que desea continuar?"

[Si]

[No]Presionó "si" algo exasperado, necesitaba saberlo ya, la ansiedad lo estaba consumiendo. Un texto apareció en la pantalla:

"Hemos realizado un cálculo de probabilidad reducida de acuerdo a la información provista, y tenemos una respuesta a su consulta:

  • En de la población general, la probabilidad de muerte de cualquier individuo durante el próximo trimestre es del 0.5%.
  • Si nos restringimos a la población de su edad en su país, este número se modifica, resultando en un 1.2%.
  • Si ahora consideramos toda la información recopilada, vemos que las personas con su perfil de datos personales tiene una probabilidad de muerte en los próximos tres meses de un 95%.

¿Desea continuar?"

[continuar]No entendía por qué, la revelación no le produjo el shock que cabía esperar, sino que le gemelo en cambio un estado de serenidad y propósito. Presionó en botón y el sistema vivo a hablarle.

"El 75% de las personas con su perfil encuentran liberadora la noticia de su muerte cercana, y se concentran en cumplir un propósito. En general, éste contiene algún tipo de retaliación sobre quiebres le hicieron mal durante su vida. Podemos calcular con los datos provistos quienes serían tales individuos

¿Desea continuar?"

[continuar]Golpeó el botón más por curiosidad otra cosa, él sabía bien a quien quería llevarse puesto.

"En su caso y de acuerdo a su perfil, las personas que usted desea matar son:

Billonarios psicópatas culpables del mal en el mundo y políticos cómplices del hambre y el genocidio.

¿Desea continuar?"

[continuar]"Claro que sí," pensó, "yo me voy pero a algún hijo de puta de esos me voy a llevar". Presionó el botón.

"Podemos proveerle las herramientas necesarias para completar satisfactoriamente su vida. En su caso:

Armas de guerra, explosivo plástico, granadas.

Hemos facilitado el fin de la vida de otros clientes con perfiles similares, por ejemplo los de las siguientes noticias:

'Ciudadano de Connecticut abre fuego en un centro comercial, asesinando a treinta personas'

'Estudiante frustrado se inmola en la secundaria, matando a cuarenta y tres compañeros'

¿Desea continuar?"

[continuar]"Sistema estúpido", pensó. Él no quería matar niños y señoras al azar, él quería liquidar a alguno de los hijos de mil putas que controlaban el mundo. Le resultó llamativo que la IA pudiera identificar sus objetivos, pero inmediatamente después le mostrara noticias no relacionadas...

Bueno, no importaba, en cualquier caso las armas y las explosivos que quería venderle le resultarían de utilidad. Presionó el botón.

"Error. No se puede procesar la solicitud"

Lo intentó nuevamente.

"Error. No se puede procesar la solicitud"

Qué demonios...

"Error. No se puede procesar la solicitud"

La frustración lo invadió. Llevarlo haya ese punto y no dejarlo completar la compra. Estaba empezando a entender lo que pasaba cuando escuchó ruidos en el exterior de su habitación. "Malditas big tech", pensó mientras se volvía, justo a tiempo para ver a la policía tirando la puerta abajo.

– No quiero verte más

Luca miró horrorizado el mensaje que acababa de enviar. Él había escrito "Yo quiero verte más" pero su teclado predictivo había decidido que la frase no era gramaticalmente correcta y la había cambiado. Se apresuró a corregirla pero ya era tarde. Una pequeña línea de texto verde en la parte superior de la aplicación decía "Ori esta escribiendo..."

– ¡Que te pasa, mamón!

Luca se llevo las manos a la cabeza. Ori era una chica muy sensible, y ahora que ella se había enojado le iba a costar muchísimo que olvidara el incidente. Lo que Luca no sabía era que Ori en realidad había escrito "¿Que te pasa, miamor?", pero su teclado predictivo no había tolerado la falta de espacio entre las dos últimas palabras.

– No, perra, fue un horror re feo estuvo anoche

Los ojos de Luca se abrieron asombrados cuando vieron lo que el predictivo había hecho con "No, esperaeso fue unerror, te v eo est anoche".

La parejita adolescente se separó después de intercambiar toda esa tarde mensajes cada vez más agresivos.

Podemos creer que fue triste, pero no lo fue tanto como la muerte de ambos jóvenes dos semanas más tarde, junto con otras cien mil personas, cuando la planta nuclear de la ciudad se fundió y liberó una horrible nube radiactiva. En el juicio, el ingeniero a cargo mostró un mensaje de texto del gerente principal:

– Hay que ahorrar en repuestos, están muy caros, rebaja la seguridad.

De nada sirvió que el gerente asegurara indignado que su mensaje en realidad había sido "Hay que comprar repuestos, estarán muy caros, repasa la seguridad". Fue condenado a diez años de prisión por negligencia.

El periodista de "El zorzal de la mañana" abandonó la sala del juicio agitando la cabeza, y se dirigió a la casa de gobierno. El presidente haría anuncios importantes sobre el tratado de paz que pondría, de una buena vez, fin a las hostilidades entre las dos potencias.

Al llegar, la sala de prensa estaba repleta. El vocero presidencial se acercó al micrófono y aseguró que el presidente estaría con ellos en unos minutos, en cuanto terminara de cerrar los últimos detalles "por mensaje de texto".

El periodista tuvo un mal presentimiento. Mientras un reflejo frío le recorría la espalda se acercó a una ventana. Corrió las cortinas justo a tiempo para ver el enorme hongo de fuego que comenzaba a crecer en el horizonte.

Notas para la contraofensiva


Necesitamos el arma definitiva. Poderosa, universal e indestructible. Solo así podremos vencer a la ultraderecha.

Habló aquí de arma en el sentido más primario: el de una herramienta para torcer la voluntad del enemigo y arrebatarle así el dominio del campo de batalla.

Tanto hemos perdido en el último siglo, tanto nos han quitado, que hemos terminado replegándonos al último refugio seguro, la privada intimidad de nuestras consciencias.

Y en esa tierra, la lucha no se pelea con cañones ni bombas, sino con ideas y conceptos y, cuando se vuelve menos honorable, con malentendidos y engaños.

Ellos saben que mientras nos mantengan encerrados dentro de nosotros mismos, el dominio les resultará fácil. Por eso nos bombardean continuamente con armas que, entienden bien, incursionan en lo profundo de nuestro refugio.

Películas y series, juegos y redes, noticias y conspiraciones, son las granadas que explotan todo el tiempo en nuestras psiques. El ruido es tan ensordecedor que perdemos la noción de la realidad, de la pertenencia, de nosotros mismos. Olvidamos nuestro bando, nuestra causa, olvidamos incluso que hay una guerra, y confundimos las balas con entretenimiento.

Necesitamos urgentemente devolver el fuego. Tenemos que conseguir un arma capaz de fortalecer nuestra trinchera, de protegernos hasta que sanen las heridas y podamos salir nuevamente a la batalla.

Tiene que ser una herramienta conceptual, como las de ellos. Tiene que luchar donde está hoy la batalla, dentro de nuestras mentes. No puede ser un arma ruidosa, como las noticias y los juegos, porque tenemos que poder pensar mientras la usamos. No puede ser un arma cara, como las películas y series, porque tiene que poder empuñarla hasta el más pobre. No puede ser un arma invasiva, como las noticias, porque su fin es defender nuestras consciencias.

Un arma pasiva, silenciosa, e idealmente tan barata que se pueda construir... con papel.